Hoy es uno de esos días en los que no recuerdo qué hago aquí, quién soy, qué me queda. Perdí la fe en el amor, en la felicidad, y tal vez en los demás. Pienso, a veces, que también perdí la confianza en mí mismo. Porque cuando salgo de casa, reconozco a poca gente y contemplo muchos rostros. Casi palpables son los lazos que ahora unen a personas que antes no lograría concebir juntas, y quisiera gritar a los cuatro vientos todo lo que sus caretas callan, toda la suciedad de sus actos, toda la corrupción que parece fortalecer tales lazos. Pero claro, a veces pienso que deben ser tal para cual... Y es que esta ley (al parecer, universal) se cumple tanto a la hora del amor, como de la "amistad", como de cualquier adulación por parte de estas personas con las que comparto espacio y tiempo. Y, al ser esta la única realidad que ahora me rodea, me corrompe el alma. Me hace sentir mal. Por ello quisiera que una estrella, de esas que observo cuando me tiro en alguna piedra, en el césped, en algún banco, bajara y se hiciera real para mí. Quisiera que su luz no nublara mi vista, y contemplar todo desde nuevos cristales. Quisiera que, así, la realidad que ahora me rodea pase a ocupar un segundo plano, y que yo empiece a pisar fuerte, a ver el mundo como lo veía a los 13, y que no fuera esto una burbuja como la última que recuerdo, sino una novedosa realidad que me haga sentir parte de algo, que me pertenezca sólo a mí y que sólo yo pueda ser el indicado para vivirla. Porque el amor viene cuando menos los esperas y, siendo convencional y transparente, es capaz de sumirme en un dulce ensimismamiento que sin duda logrará distorsionar los males que ya al principio cité.
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